Cuando tenía 22 años, trabajaba en un restaurante de esos que huelen a fritanga y a desesperación.

Los turnos eran largos, los pedidos no paraban y la cocina era un caos. Pero lo peor no era eso. Lo peor era ver cómo, al final del día, tirabamos kilos de comida a la basura.

Kilos.

Verduras que se habían pasado, pan que se había puesto duro, sobras de platos que nadie había pedido… Todo al contenedor.

Y yo, como un idiota, lo veía y pensaba: “Bueno, es lo que hay.”

Hasta que un día, en casa de mi abuela, tiré una barra de pan que estaba dura.

Ella, que había vivido una posguerra, que había criado a sus hijos con lo que podía sacar de la huerta y que no tiraba ni una miga de pan, me miró y me dijo:

“Raúl, ¿tú sabes lo que vale esto?”

Y señaló la barra.

Yo me quedé callado. No supe qué decir.

Ella siguió: “Esto no es basura. Esto es comida. Y la comida no se tira.”

Ese día algo hizo click en mi cabeza.

Ahora, años después, me dedico a lo que más me apasiona: cocinar sin desperdiciar.

Porque la comida no es basura. Porque cada miga cuenta. Y porque, como decía mi abuela, “el que no aprovecha, no come.”

Te voy a enseñar a sacarle todo el jugo a tu nevera, a transformar sobras en platos increíbles y a vivir de una manera más sostenible.

¿Te unes?